Mujeres, territorios y feminismos comunitarios

Encuentro de Red de Sanadoras Ancestrales, 2016, en Iximulew, Territorio Ki’ché, Guatemala. Fotos: Zuiri Méndez

Zuiri Méndez (*)

Miriam sabe que quemaron las casas luego de la recuperación de la finca; la gente blanca no va a permitir que les regresen las tierras que les pertenecen como pueblo indígena. En la cultura bribri el clan se hereda de forma matrilineal y esto les da permiso a tener tierra. Se organizaron para reivindicar ante el mundo que su cultura bribri sólo tiene sentido por medio de la vida en la tierra. Salitre y Cabagra, Territorios Bribris del Pacífico Sur, arden ante las acciones de grupos racistas que se oponen a los procesos autogestionados en los que familias-muchas lideradas por mujeres- están haciendo uso vivo de la tierra para cuidar las semillas, sembrar, construir sus casas y reconstruir sus centros ceremoniales [1].

En Costa Rica sólo el 8% de la tierra de uso agrícola está en manos de mujeres [2]. En el resto de América Latina únicamente un 18% [3]. No es una gran diferencia. Aún así, las mujeres del campo producen la mitad de los alimentos a nivel mundial [4].

Las mujeres del campo siempre están ingeniándosela para ver cómo mantienen el equilibrio en las relaciones de la finca, la parcela o el traspatio. Están pendientes del cuido que necesitan las plantas, las semillas, el agua, los animales, la tierra, las demás personas que viven en ella, y la espiritualidad. Son ellas las que viven en El Cairo de Siquirres, en Guacimal de Puntarenas, en Margarita de Sixaola, en Sardinal de Guanacaste, en Salitre, en Cabagra… las que menos acceso tienen a ser las poseedoras legales de sus territorios.

En el resto del mundo, se calcula que la cuarta parte de la población son mujeres campesinas y solo tienen el 2% de la propiedad en sus manos [5]. ¿Qué ha pasado en la historia de la humanidad para que esto suceda? ¿Cómo es posible que las mujeres campesinas e indígenas alimenten a la mitad del planeta y no sean dueñas de la tierra en la que viven y trabajan?

El entronque patriarcal

Lorena Cabnal y Lolita Chaves son integrantes de la Red de Sanadoras Ancestrales del Feminismo Comunitario desde Iximulew, Guatemala, Tz’kat y son relatoras de una de las tendencias de los feminismos comunitarios que se pregunta colectivamente cómo es que funciona este despojo territorial y cómo nos afecta a las mujeres históricamente. De las conversaciones con ellas y demás integrantes de la Red de Sanadoras es que comparto las siguientes palabras.

Ellas, como lo hacen diferentes mujeres de pueblos indígenas, pensaron y comunicaron por su cuenta sus reflexiones. Identificaron en la revisión de la memoria de sus pueblos que los orígenes de esta situación se remontan incluso a antes de la colonia, debido a los patriarcados originarios que existían en los pueblos indígenas.

Cuentan que el patriarcado ancestral originario consistió en la apropiación de los cuerpos de las mujeres como trofeos de guerra, lo cual ocurrió en los conflictos entre pueblos que habitaban los territorios. Posteriormente, durante la invasión, los españoles llamarían a estos pueblos los “indígenas de América”. Esta acción de apropiarse de cuerpos de mujeres es una más de las distintas prácticas realizadas. Las mujeres fueron agredidas hace mucho tiempo al ser tratadas como objeto y no como personas. Este primer patriarcado, en términos generales, nos cuenta de formas de propiedad y de acumulación de los hombres sobre las mujeres desde el recuento de las memorias de los pueblos. Podemos imaginarnos que fueron actos violentos concretos, en los que las mujeres fueron despojadas de sus cuerpos, de donde vivían, despojadas de sus decisiones, de sus vidas. Y como siempre hay complejidad, es importante recalcar que no todos los pueblos realizaron estas prácticas y los que las realizaron, no las hicieron de la misma manera.

Para este colectivo de feminismo comunitario de Guatemala, el patriarcado ancestral originario se mezcló en la invasión con el patriarcado del mundo occidental. Por ejemplo, los españoles que invadieron violentamente trajeron toda una estructura para justificar que los hombres podían tomar la vida de las mujeres, así como “conquistaron” las tierras de los pueblos indígenas. Las mujeres vivieron violencia sexual, desplazamientos forzosos y un sinfín de situaciones de despojos promovidas por los actores de la conquista: militares, religiosos y políticos europeos. Esta unión del patriarcado original y el patriarcado ancestral se le llama entronque patriarcal (concepto acuñado por feministas comunitarias aymaras).

Este entronque permitió una forma de dominación sobre los cuerpos de las mujeres y sobre la tierra de las mujeres. Los españoles no sólo invadieron la tierra de los pueblos, sino que controlaron también los cuerpos que habitaban esas tierras en forma de plantaciones, chacras, fincas, haciendas y luego países. Se atrevieron a cambiarle el nombre a los pueblos y las tierras que éstos habitaban. Por ejemplo, el pueblo maleku de la zona norte de Costa Rica fue nombrado “indígena guatuso”. Y como dicen las feministas comunitarias de Guatemala, el continente llamado “Abya Yala” por el pueblo Guna Yala, fue nombrado “América” por los conquistadores.

Este es un sistema de dominación perpetuado durante más de 500 años. La apropiación de los cuerpos y la tierra de los pueblos indígenas y esclavos negros desde el sistema colonial fue lo que les permitió acumular riquezas y posibilitó, a fin de cuentas, la creación del capitalismo tal y cómo lo conocemos hoy.

Patriarcado, capitalismo y monocultivos

Cuando los españoles, ingleses y portugueses llegaron a Abya Yala justificaron la conquista a través de la creación científica del concepto de raza indígena, raza negra y raza blanca. Argumentaron que las personas de raza indígena y negra no tenían alma y, por lo tanto, podían usarlas para trabajos forzosos de esclavitud en la extracción de de todas las “riquezas” de los territorios de los pueblos. Así usaron de forma gratuita su fuerza de trabajo. La idea de raza permitió la acumulación de riquezas e hizo posible que se hiciera más fuerte la división internacional del trabajo y que se expandieran las redes de comercio a nivel mundial, dando origen al capitalismo [6].

El feminismo comunitario nos da herramientas para comprender que el despojo de la tierra de las mujeres es patriarcal y en el caso de Latinoamérica tiene un peso colonial. ¿Por qué? Pensemos en los monocultivos. La agroindustria del sistema capitalista acorrala todos los días a miles de personas en el mundo. Pero ¿cuándo fue que se crearon los monocultivos de piña o palma africana? La estructura del monocultivo en la actualidad proviene de la forma en que funcionaban las plantaciones trabajadas por esclavos y esclavas.

En las plantaciones de azúcar el trabajo esclavo no admitía la calificación, así que únicamente se podían sembrar cultivos extensivos de un solo producto para la exportación. Éstos disminuían progresivamente los rendimientos agrícolas, empobreciendo la producción de las tierras a largo plazo [7]. Los dueños de las plantaciones y de las personas esclavas fueron hombres blancos europeos, que despojaron a las mujeres negras e indígenas de sus pueblos, culturas, trabajos y vidas.

Un monocultivo hoy en día es muy parecido. Por ejemplo, se estima que el monocultivo de piña en Costa Rica ha acaparado 58.442 hectáreas para producir un producto de exportación a mercados internacionales. La forma de cultivo de la piña requiere que se deforeste todo a su alrededor y se ha demostrado que la erosión que provoca desgasta la tierra hasta disminuir su productividad, por lo que requiere cada vez de más paquetes tecnológicos de agroquímicos. Estos tóxicos se filtran hacia el agua que consumen las comunidades cercanas y generan graves afectaciones a la salud de cientos de personas.

El monocultivo de piña continúa también con la lógica del sistema patriarcal, donde las mujeres del campo se ven obligadas a trabajar en empacadoras en condiciones laborales de explotación; a vender o alquilar tierras a compañías piñeras; y a no poder sembrar y vender productos propios. También viven rodeadas de agravios ambientales y de salud; y luchan contra amenazas o demandas de las corporaciones piñeras, tal y como lo han demostrado la Red de Mujeres Rurales, el Frente Nacional de Sectores Afectados Por la Expansión Piñera (FRENASAP) y más organizaciones en defensa de los derechos humanos y el ambiente.

Son múltiples las dimensiones de la violencia que trajo el entronque patriarcal, las feministas comunitarias de Guatemala le llaman femicidio territorial, que es la persecución y asesinato sistemático a defensoras de derechos humanos, de derechos de mujeres y territorios, como lo fue el asesinato a Berta Cáceres el 3 de marzo del 2016 en Honduras.

La Red de la Vida

Pero hay propuestas. Las mujeres siempre nos las hemos ingeniado para cuidar la vida y esta memoria ancestral se revitaliza en la propuesta de la Red de Sanadoras Ancestrales para recuperar la Red de la Vida.

Esta Red de la Vida contiene todos los saberes que los pueblos practicaban en armonía, antes de que llegaran los sistemas de violencia del patriarcado, la colonización, el imperialismo y el capitalismo. Estos saberes nos demuestran que fueron las abuelas y abuelos quienes los cuidaron a través del tiempo. Son semillas, juegos, calendarios, cosmos, cuerpos plurales, mujeres, hombres, cuido, historias, ríos, tejidos, montañas, cosmogonía, tierra, alimentos, animales, niñas, niños, abuelos, abuelas, fuego, agua, asambleas, música, baile, milpas, medicinas de las plantas…

Esta propuesta del feminismo comunitario propone la sanación como un camino cósmico-político para armonizarnos de nuevo con la red de la vida. Lorena Cabnal comenta que esta propuesta está planteada en clave de pueblos originarios y que viene de convocatorias de diversos territorios para la liberación y emancipación, usando “la interpelación amorosa para convocar a otras energías desde la ternura para sanarnos” [8].

La Red de Sanadoras Ancestrales “acompaña en procesos de recuperación emocional y espiritual a mujeres indígenas defensoras de cuerpos y tierra, en situación de riesgo político territorial”. Ellas luchan por “la vida plural como principio de cosmogonía y como un principio político de respeto a la vida”, siendo el cuerpo el primer territorio de defensa y la tierra como el lugar histórico de significado donde se recrea la vida [9].

El trabajo de la Red de Sanadoras nos enseña un amor muy profundo desde el feminismo comunitario. La recuperación de la Red de la Vida es una práctica cotidiana que nos convoca desde nuestros diferentes contextos, a ser partícipes de acciones concretas para armonizar la vida, y ayudarnos a comprender, que así como la tierra tiene diferentes colores, así son los cuerpos plurales (trans, intersex, gays, lesbianas, bisexuales, hombres, mujeres) y así son las diferentes propuestas de los pueblos de organizarnos para la defensa de los territorios, donde las mujeres tenemos muchas luchas por afrontar.

En este sentido quiero contarles de Vicky, una mujer que conocí en el autobús. Tiene 70 años pero parece que tiene 50. Su vitalidad contagia la conversa de todo el camino. No para de hablar de su infancia feliz en una finca de Sarchí, y de cómo creció jugando con los animales y nadando en la poza, cuando sólo existía la inocencia. Su mamá Esperanza, es la más sabia; siempre le dijo: “En la vida hay que tener vergüenza, dignidad y respeto, para con una misma y para con las demás personas.”

Esperanza no se dejó nunca de nadie, les enseñó a las mujeres a defenderse. La vida no fue fácil, dice Vicky, ser madre soltera para mí hace 40 años fue una tortura. Pero hoy, esta mujer no paraba de decir que se sentía plena con su familia. Aunque de niña ya no vivió más en el campo, se prepara tortillas a mano todos los días, porque tiene un estañón lleno de maíz nixtamalizado. Consigue huevos de gallinas de traspatio y en las mañanas se hace unos batidos de naranja, remolacha, zanahoria, apio cúrcuma y moringa… Para ella el campo es sagrado y la comida también. No son sólo recuerdos, ni nostalgia; Vicky sabe lo que representa la tierra, y el alimento que produce y el compartirlo, la han hecho lo que es hoy.

Referencias:
[1] 2015. En el país más verde y feliz del mundo, los pueblos originarios
lloran su Abya Yala usurpada. Autora: Lorena Cabnal. Enlace: http://
censat.org/es55/analisis/en-el-pais-mas-verde-y-feliz-del-mundo-los-
pueblos-originarios-lloran-su-abya-yala-usurpada
[2] Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), Censo 2014.
[3] Informe de la FAO, agosto 2015. En: Claudia Korol, 2016. Somos
tierra, semilla, rebeldía. Mujeres, tierra y territorio en América Latina.
[4] Rural Women’s Day. En: Claudia Korol, 2016
[5] Claudia Korol, 2016
[6] Aníbal Quijano. Colonialidad del poder, eurocentrismo y América
Latina. 2000
[7] Manuel Moreno Fraginals. África en América Latina.
[8] El relato de las violencias. Lorena Cabnal. Correo personal, 23 de
febrero 2017.
[9] Ibíd.

 

(*) Integrante de la Red en Coordinación en Biodiversidad y docente de la Universidad de Costa Rica (UCR)

Para contactar a la Red de Sanadoras Ancestrales de Iwimulew, Guatemala, Tz’kat, pueden escribir al Facebook: Red de sanadoras ancestrales.

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