Agricultoras que desafían los estereotipos de género

Enraizadas

Aquí se exponen los resultados de un proyecto de investigación sobre la experiencia de nueve mujeres costarricenses en la agroecología.

A menudo la agricultura es vista como un espacio masculino. En las reuniones de organizaciones agrícolas, en los comercios de suministros o en las ferias del agricultor, la mayoría de los participantes son hombres. Esta no es la forma natural, sino una construcción social de que los hombres pertenecen al campo y las mujeres al hogar, cuidando de los hombres, quienes hacen el “trabajo duro”.
Por supuesto que muchas mujeres realizan todo tipo de trabajos en las fincas familiares; pero el trabajo adicional de cuidado y participación comunitaria, conocido como la triple carga, requiere que a menudo las mujeres se queden más cerca de casa para atender las necesidades propias y sociales de la familia.

Estas demandas adicionales significan que es menos probable que las mujeres asistan a reuniones y ocupen posiciones de poder en la red agrícola. La subvaloración del trabajo de cuido y su naturaleza de ser no remunerado, tiene raíces en un pasado colonial.

Los colonizadores europeos se veían a sí mismos como civilizados, definidos por estar separados de, y por dominar, la naturaleza. En cambio, las personas que habitaban las Américas tenían cosmovisiones diversas y muchos pueblos estaban profundamente conectados con el mundo natural. Los colonizadores los consideraron pueblos “salvajes” o incivilizados debido a esta conexión con la naturaleza- y la usaron para justificar el robo de sus tierras y su mano de obra. La llegada de modelos coloniales eliminó a las mujeres de sus roles en la agricultura, imponiéndoles roles de género europeos. Según estos modelos coloniales, las mujeres fueron asignadas como cuidadoras. Su invaluable trabajo de criar hijos, cuidar de los ancianos y curar tenía poco valor en un sistema que solo pagaba por el trabajo de producción.

Bajo la colonización, las mujeres de color y las mujeres indígenas fueron doblemente devaluadas como miembros del “sexo débil” y como “salvajes”.
La agroecología desafía esa historia colonial que busca separarnos de la naturaleza y devaluar injustamente el trabajo de las mujeres. La agricultura regenerativa vincula la producción responsable necesaria para sostener comunidades saludables con un medio ambiente sano.

Los sistemas agroecológicos requieren las experiencias y aportes de personas de todos los géneros y tradiciones, para aprender a alimentarse mejor y adquirir un equilibrio sostenido con la naturaleza. Debido a su papel importante y único en la agricultura, realizamos un proyecto de investigación sobre la experiencia de nueve mujeres costarricenses en agroecología. Pedimos a mujeres que practican métodos agrícolas sostenibles que reflexionaran cómo el género ha impactado sus experiencias como agricultoras. Aquí compartimos algunas de las experiencias de estas mujeres en el movimiento agroecológico, incluyendo sus experiencias con la desigualdad y sus ideas sobre cómo apoyar a las productoras sostenibles.

Machismo en todas sus formas

El machismo se refiere al privilegio masculino creado en una sociedad donde las estructuras de valor están controladas, y benefician desproporcionadamente a los hombres, mientras impactan negativamente a las mujeres. La mayoría de nosotros somos conscientes del impacto negativo del abuso directo contra las mujeres, como los ataques físicos o verbales. Pero no toda la violencia de género nociva es tan obvia. Hay muchos actos, conscientes o inconscientes, que tienen la misma intención de menospreciar o desalentar ciertos actos que amenazan las posiciones masculinas de poder.

Algunos hombres se sienten amenazados por las mujeres productoras, y más por las mujeres en roles de liderazgo, por lo que lamentablemente muchas veces dirigen insultos y preguntas para desafiar a las mujeres que asumen estos roles.

Muchas de las mujeres entrevistadas creen que hombres y mujeres son productores agrícolas igualmente capaces, pero que ellas se habían enfrentado a actitudes machistas al intentar ingresar o participar en la agricultura. Describieron el profundo apoyo de algunos miembros masculinos de la familia y de la comunidad. También dijeron que a menudo experimentan desaires, humillaciones y dudas sobre sus habilidades como agricultoras en función de su género, lo que creemos debe abordarse “sin tapujos” para fortalecer el movimiento agroecológico.

Sonia Maritza, de Finca Génesis, en Guápiles, recordó cómo el Ministerio de Agricultura (MAG) llevó a un grupo de visitantes a recorrer su finca agroecológica. Cuando los participantes se reunieron con Sonia y supieron que ella dirigiría el taller, un hombre comentó: “Vine hasta aquí para recibir capacitación y ahora una mujer me va a enseñar”.

Felicia Rodríguez, de Finca Orgánica San Luis, en Grecia, contó que los hombres cuestionan su capacidad de conducir un camión para transportar los productos, algo que ella hace regularmente como parte de su negocio Enraizadas, que vende directo al cliente.
Que te digan que no eres capaz o bienvenida puede afectar profundamente el deseo de participar en la producción. También, los comentarios negativos pueden reducir las posibilidades de éxito, debido al acceso limitado a equipos y préstamos. Una mujer comentó que las oportunidades son limitadas pues hay mujeres que ocupan camiones para sacar susproductos, y aunque ella alienta a sus colegas a sacar préstamos para comprarlos, muchas no lo hacen por el machismo que las rodea; por ejemplo, porque el esposo no las deja.

Algunas mujeres tienen menos acceso a préstamos, lo cual es una barrera estructural para su participación en los negocios. Ha habido intentos de remediar esta limitación. Una mujer dijo que el programa de préstamos fue útil para poder acceder a fondos; pero otra comentó: “La agricultura orgánica no se enfoca en las mujeres y las mujeres no reciben ningún beneficio o apoyo adicional. Hay un banco de desarrollo para mujeres, peroes exactamente el mismo [que otros bancos] pero con publicidad en rosa y las condiciones aún son injustas”.

Las diferencias culturales también pueden actuar como barreras. Por ejemplo, trabajamos con mujeres indígenas Bribri, que son parte de organizaciones agrícolas lideradas por mujeres, pero que incluyen hombres. Sebastiana Segura, de Talamanca, explicó que una barrera para acceder a las oportunidades en agroecología, es la falta de comprensiónexterna de la agricultura indígena Bribri. Explicó cómo algunas organizaciones de apoyo han sido reacias a proporcionar recursos al grupo, porque es mixto; y que para el pueblo Bribri, hombres y mujeres trabajan juntos en grupos familiares y clanes, por lo que no han formado un grupo exclusivo de mujeres.

¿Cómo abordan la desigualdad?

Nuestros valores y roles sociales se desarrollan en casa. Aprendemos cómo tratarnos unos a otros, la tierra y cómo trabajar en armonía con ambos. Varias participantes narraron que el haberse metido en el mundo de la agricultura desde niñas había sido primordial para desarrollar la base de conocimientos y el amor por la agricultura. Nuria Alpízar, de Finca El Progreso, reflexionó sobre las prácticas sostenibles que eran comunes durante su infancia, tradiciones que se perdieron en una o dos generaciones.

“Creo que aprendí las raíces de las prácticas agroecológicas de mi padre. Por ejemplo, cuando usamos el machete para limpiar el maíz y devolvemos la cáscara al suelo. Guardamos las semillas y las plantamos con cenizas … También él inculcó la alegría de cultivar en todos sus hijos al permitirnosdescubrir las verduras en el campo y sentirnos orgullosas de nuestros cultivos”, dijo Alpízar.

Felicia Rodríguez aprendió de las prácticas orgánicas de su madre, que integraba un colectivo agrícola orgánico de mujeres, quienes se apoyaban mutuamente en la adopción de prácticas saludables para sus familias y la naturaleza.

Sebastiana Segura también aprendió prácticas sostenibles desde joven, como parte de las tradiciones Bribris. La superación de la desigualdad de género sistémica requiere que, además de incluir a las niñas en la agricultura, abordemos las diferentes expectativas familiares de hijos e hijas.

Silvia Corrales, de Finca Elefante, confirmó que las mujeres a menudo perpetúan los roles de género y hacen cumplir las expectativas domésticas de sus hijas y nueras. “A menudo son las madres las que prescriben que la agricultura no es un trabajo adecuado para las mujeres. Se pide a las niñas que pasen su tiempo atendiendo a los hombres del hogar como hijas y esposas, en lugar de aprender habilidades. Era parte de mi papel asegurarme de que mi hijo viera que las mujeres son capaces en todas las áreas”.

Nuria Alpízar destacó un cambio generacional en su hogar, que podría disminuir la triple carga de las mujeres. “Teníamos niños [4 hijos], así que era importante que supieran que no les serviría sus platos ni los malcriaría. Ahora veo a mis hijos bañando y cambiando pañales de sus propios bebés. El problema es que si no rompemos las expectativas del machismo, las mujeres terminarán con una doble carga de trabajo. No podemos esperar que las mujeres asuman más que el trabajo agrícola; también los hombres deben compartir las tareas domésticas”. Si la meta de la agroecología es la igualdad de género, debemos abordar la triple carga y los elementos que pueden exacerbar esto, como la participación de los hombres en las responsabilidades domésticas.

Hannia Villalobos Martínez, de Rinconcito Orgánico en Cartago, destacó que hay que trabajar en superar esto en otros ambientes, más allá de las casas. Explicó que las mujeres están continuamente expuestas a mensajes que ilustran que ellas son menos que los hombres. “Desde que estamos muy jóvenes se nos enseña, muy sutilmente, que es difícil competir con los hombres… y a los hombres se les enseña con palabras o mensajes subliminales que son personas fuertes y todo esto se ve en las redes sociales y en la televisión”.

Mujeres como líderes agroecológicas “Ser cuestionada sobre la capacidad de una puede ser debilitante”, explicó Kattia González Quirós. Sin embargo, en su caso, esto la motiva a seguir trabajando más duro para romper los estereotipos de género. Dijo: “Ha habido situaciones en las que la gente me dice que la agricultura es un trabajo de hombres, no de mujeres … que yo debería estar en la casa limpiando las ventanas y no cultivando. Estas son cosas que podrían desanimarme; pero, en mi caso, me recuerdan que puedo seguir adelante e incluso hacer más”.

Tener posiciones de poder en la comunidad agroecológica puede cambiar las percepciones de las personas sobre los roles de género y efectivamente desafiar las barreras de la participación de la mujer. Ver a otra mujer en una posición de liderazgo también puede influir en las percepciones de su propia capacidad y disposición para liderar. Sonia Maritza es ahora la presidenta de la Asociación de Productores Orgánicos del Caribe (APOC). Nuria Alpízar Chaves fue secretaria de APOC y presidenta de la Asociación de Productores Agrícolas y Artesanos de El Zota (AMPALEC). Kattia González Quirós integra dos organizaciones que la ayudaron a recibir fondos para sus proyectos. Otras mujeres han comenzado sus propios negocios vendiendo productos orgánicos e incorporando el agroturismo en sus fincas. Todas las participantes han superado las expectativas de género para hacer valer su trabajo y tratar de asegurarse de que otros también reconozcan su valor. Sonia Maritza expresó: “La agricultura orgánica es amigable para las mujeres, ya que las parcelas son más pequeñas, cercanas a la casa y aprendemos compartiendo las mejores prácticas unas con otras”.

La agroecología nos da la oportunidad de re-evaluar los sistemas de producción que disminuyen el valor de la tierra y los roles de las mujeres en la producción. Podemos aprender de las experiencias de las mujeres que están agregando sus diversas experiencias, conocimientos y perspectivas a este movimiento.

Y podemos restablecer el valor de los roles de cuidar a las personas, el suelo y la naturaleza como actos que deben ser compartidos por hombres y mujeres de forma igual”.

(*) Mary Little es profesora en el Center for Sustainable Development Studies, School for Field Studies, Atenas, Alajuela (mlittle@fieldstudies.
org) y Olivia Sylvester es directora del Departamento de Medio Ambiente y Desarrollo, de la Universidad para la Paz, Ciudad Colón,
San José (osylvester@upeace.org).

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