Lolita Durán (*)
Un grupo de mujeres organizadas, empoderadas y líderes comunales, que se hacen llamar “Mujeres Luchadoras”, producen hortalizas básicas y plantas aromáticas con prácticas agroecológicas en la Finca Experimental Interdisciplinaria de Modelos Agroecológicos (FEIMA).
La FEIMA es una estación experimental adscrita a la Vicerrectoría de Investigación de la Universidad de Costa Rica (UCR) y a la Sede del Atlántico de la misma en Turrialba. Busca promover actividades en los tres ejes del quehacer universitario, como lo son la investigación, la docencia y la acción social.
Desde hace tres años la finca ha desarrollado un trabajo enfocado en promover la seguridad y la soberanía alimentaria, en las comunidades que se encuentran en sus cercanías. Esto lo ha hecho desde la acción social; es decir, todas aquellas acciones que la UCR promueve y ejecuta en las diferentes comunidades y mediante muy diferentes modalidades de trabajo, como proyectos de apoyo e iniciativas de Trabajo Comunal Universitario (TCU).
A través de charlas y capacitaciones a este grupo de “Mujeres Luchadoras”, se desarrolló un proyecto que buscó promover la producción de alimentos -en este caso, hortalizas básicas y plantas aromáticas- con el uso de prácticas agroecológicas.
La metodología empleada siempre ha sido la de “aprender haciendo”, lo que provoca un aprendizaje consistente; pero sin el inconveniente de sesiones teóricas que en muchas oportunidades solo producen ansiedad en un grupo como el nuestro, en el cual se presentan diferentes niveles de escolaridad y de desenvolvimiento de parte de las participantes.
Este fue un primer proyecto que dio a este grupo de mujeres un espacio físico y logístico para producir estos cultivos. En este grupo las mujeres van y vienen, aunque se mantiene un pequeño núcleo. La mayoría pertenecen a la comunidad de Canadá, de La Suiza de Turrialba. Si tienen otras opciones de trabajo se ausentan; si se quedaron sin trabajo vuelven. Es una dinámica que se mueve por las circunstancias, igual que en una familia.
Para este proyecto se contó con la cooperación de otras instituciones afines, como el Centro Nacional Especializado en Agricultura Orgánica (CNEAO) del Instituto Nacional de Aprendizaje (INA), que a través del ingeniero agrónomo Saulo Madrigal colaboró en el diseño e instalación de un jardín mandala de plantas aromáticas, con el fin de producir extractos y macerados para uso en la agricultura agroecológica y una posible venta de estos materiales. En los inicios del proyecto intervino también el ingeniero agrónomo Alfredo Arce, como apoyo desde el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG).
Un mercado informal
La FEIMA, debido a sus características agroecológicas y por poseer un área de 22 hectáreas en conservación, es parte importante del Corredor Biológico Volcánica Central-Talamanca. Este corredor abarca 114 mil hectáreas, y se busca que sus habitantes -incluyendo la comunidad de Canadá, de La Suiza-, se comprometan cada vez más con una producción limpia para mantener activa la conectividad funcional y la biodiversidad entre grandes áreas protegidas que circundan este corredor. El corredor está rodeado de actividades de monocultivo como la caña y el café -en algunas zonas todavía se produce a pleno sol-, así como algunas extensiones que se mantienen con ganadería extensiva con un manejo convencional sin sombra.
Durante el desarrollo de este proyecto, el grupo de mujeres y otros invitados recibieron capacitación en la preparación de sustratos, incluyendo producción de abonos orgánicos, técnicas de manejo de cultivos y manejo preventivo de plagas y enfermedades. Esto último se hizo mediante la elaboración y aplicación de diversos compuestos, como los bioles y otros extractos, cuya materia prima se obtuvo del mismo jardín.
Conforme el proyecto avanzaba se generó un mercado informal, -que una lechuga por aquí, que unos chiles por allá-, lo que se constituyó en un ingreso periódico que no se tenía. Al día de hoy el grupo de mujeres ha sembrado, cosechado y vendido toda suerte de hortalizas en un programa de rotación de cultivos que ellas mismas han implementado, tomando en cuenta la demanda, la época del año y los espacios que comparten con las y los estudiantes que también utilizan estos terrenos.
Según las participantes, “han sentido estos proyectos como una oportunidad de llevar alimentos sanos a sus familias y a la vez generar ingreso, aunque sea pequeño, para sus hogares”.
Durante todo este tiempo se han mantenido en constante capacitación, no sólo en la producción de alimentos, sino también con otros grupos de TCU de la UCR, con variadas actividades relacionadas con el tema de género.
Una de las fortalezas del grupo es el tema de la convivencia. Algunas de las mujeres son familia; pero no todas, y a pesar de ello no es posible distinguir quienes lo son y quienes no. Comparten desde la mañana y sólo se detienen cuando el fuerte sol se vuelve inclemente. Todos los días hay desayuno compartido, junto con el resto de personal de la finca, estudiantes, docentes e investigadores cuando coinciden.
Por eso la agroecología no se puede ver sólo como una manera de producir alimentos limpios; no se puede dejar de lado al ser humano consciente y comprometido que la practica, que comparte “sin querer” sus conocimientos y creencias, las cuales se ven reflejadas en la forma en que defienden su trabajo.
Hay mucho por cambiar en las prácticas agrícolas. Con las mujeres se empezó a trabajar en el tema de las semillas. Hemos buscado cambiar el mito de que sólo la semilla que venden es buena. Se promueve el intercambio de semillas entre el grupo y otros colectivos y organizaciones. Se explica que la estética es sólo una forma de ver las cosas, que lo que realmente importa es la calidad de un producto y que esa calidad no siempre se relaciona con la imagen del mismo. Mediante preguntas generadoras, las participantes llegan a sus propias conclusiones, lo que provoca que su compromiso con las prácticas agroecológicas se fortalezca.
Los jardines comestibles
En vista de los resultados surgió la pregunta de ¿cómo ir más allá?, ¿cómo pasar de un grupo de mujeres luchadoras que día a día, además de cuidar de sus hogares, toman tiempo para ir a cultivar, para capacitarse e instruirse, a tener un impacto más comunal?.
El siguiente paso fue contagiar a otros y otras de la experiencia que este grupo venía generando. Fue así como se inscribió una segunda propuesta que busca convencer a otras personas de que se animen a producir algunos alimentos en sus propios jardines.
Esta segunda etapa busca incentivar un cambio en la mentalidad, pues existe la idea de que “sólo quienes poseen una gran extensión de terreno, pueden producir alimentos”. Así nace la iniciativa de los jardines comestibles. No se está inventando nada nuevo pues eso era lo que hacían nuestros antepasados. Cualquier trasto viejo era suficiente para sembrar; hoy los cambiamos por recipientes recuperados. Es decir, lo que para otros podría ser basura, para nosotros son macetas. Todo sirve: llantas, botellas, tanques de lavadora… Todo aquello que sea capaz de contener suelo, será también capaz de contener una planta, en este caso alimenticia.
Otra idea que queremos cambiar es la de que “sólo quienes ‘saben’ puede producir alimentos”. Nos hemos avocado a la tarea de convencer a todas y todos los interesados de que cualquiera que ya sabe cuidar un jardín tiene las herramientas básicas para producir alimentos. El requisito básico es tener interés, amor por la tierra y una conciencia de la necesidad de actuar.
Actualmente estamos en el proceso de adopción: cada mujer está adoptando a otra persona interesada en instalar un jardín mixto, que combina plantas ornamentales con plantas aromáticas y comestibles. Las condiciones de estos jardines variarán dependiendo de las condiciones propias de cada uno de ellos. ¿Cuál es la meta inicial? Que se produzca al menos un tipo de planta alimenticia y que se viva el proceso de la vida a través del crecimiento de un brote, una semilla, un esqueje… Queremos como grupo ser parte de un proceso de cambio, de volver a los orígenes, de cuando las necesidades básicas de alimento se suplían en el cerco.
Recogiendo el pensamiento del grupo, es posible decir que no sabemos hasta dónde vamos a llegar. Siempre habrá limitaciones; pero soñamos con jardines comunales, donde además de producir alimentos y belleza escénica, florezcan las relaciones humanas.
(*) Directora de la Finca Experimental Interdisciplinaria de Modelos Agroecológicos (FEIMA).