
En los albores de la caficultura, había muchos profesionales de la boyada, quienes transitaban por la ruta Nacional. Estas son algunas de sus anécdotas.
José Enrique Cordero Cordero (*)
A partir del auge cafetalero, la actividad del boyeo tomó mayor relevancia en la región central del país (San José, Heredia, Cartago y Alajuela), donde se desarrolló la actividad cafetalera. Esta significó transportar la producción a los beneficios, para lo cual fue necesario el tridente, compuesto por el boyero, los bueyes y la carreta.
Si bien esta fue la tónica para el país durante el siglo XIX y buena parte del siglo XX, para el caso específico de la Zona de Los Santos resulta particularmente interesante comprender el boyeo como instrumento de integración de una zona periférica, que exploraba la intención de convertirse en productora de café, como ya lo era buena parte del Valle Central. Esto es importante, sobre todo si se consideran las condiciones geográficas, la distancia de 72 kilómetros entre ambos puntos, y que el desarrollo de la vías de comunicación fue posterior a 1950.
Por estas razones, el conocimiento que manejaban los boyeros era fundamental para lograr el transporte, tal como lo expresó don Otoviano Navarro, agricultor oriundo de San Pablo de Tarrazú (actualmente cantón de León Cortes):
“Los viajes duraban ocho días. Es que San José está largo y más por esa ruta (El Tablazo). Para descansar y que los bueyes no se maltrataran mucho, y como había tanto barro, había que ir jalando la carga y el barro, porque la carreta pegaba; entonces caminaban un trecho o caminaban un día y paraban para darle chance a los bueyes a que descansaran y darles de comer. Ya cuando llegaban allá los productos iban casi podridos”.

La actividad realizada por los boyeros en el quehacer cotidiano de llevar y traer productos -unos que se empezaban a producir y otros que no se tenían-, fue creando un grupo de “transportistas” que, guiando sus yuntas de bueyes, abrieron paso a un intercambio interregional. No obstante, también fue formando la experiencia de un saber que se inculcaba desde el seno familiar, pues a los niños se les enseñaba a manejar los bueyes, aunque no pudiesen guiarlos solos hasta que fuesen ya «hombres».
Don Camilo Cordero, reconocido boyero de San Pablo, lo contó así:
“Habían bueyes más buenos que otros. Unos bueyes con mucha carga iban poco a poco; unos bueyes podían llevar ocho quintales y habían otros de diez quintales y otros de seis quintales”.
El conocer perfectamente la yunta de bueyes, como lo expresó don Camilo, fue clave para salvaguardar la vida del animal en un trayecto largo y difícil. En ocasiones, desconocer el desempeño animal y las dinámicas de viaje en la ruta podía resultar fatales, tanto para los animales como para los hombres.
Continúa el testimonio de don Otoviano Navarro:
“Había veces que se convenían cuatro o cinco boyeros. Iban cinco compañeros para ayudarse unos a otros, porque hay que ver esos caminos. Ahí hubieron gentes que lloraron de verse pegados en un poco de barro y no poder salir, que tuvieron que haber otros bueyes para que los ayudaran a salir”.
Según don Otoviano, existió una organización que, lejos de lo que podría pensarse, no fue nada compleja. Es decir, hubo caravanas -o como le llaman los pobladores, “trenzas” de carretas rumbo a San José-. Pero éstas no fueron parte de una compleja planificación, sino que se acordaban entre tres o cuatro boyeros (familiares, amigos o conocidos) y partían por la madrugada. En el camino se encontraban con boyeros de San Marcos de Tarrazú y Santa María de Dota, y se hacían grandes grupos de carretas, cuyo principal fin era hacer el trayecto acompañados, previendo contratiempos por las malas condiciones de los “caminos”.
Se buscaba no salir solo por las difíciles condiciones de la ruta, los peligros que representaban las espesas montañas, e incluso por las constantes referencias a relatos de la brujería a lo largo del camino. En el último de los casos, se sabía que siempre salían carretas hacia el Valle Central. Las largas y complicadas distancias que debían recorrer solitarios corresponderían a las distancias entre sesteos, que eran los centros de descanso ubicados a lo largo del trayecto.
Ottón Madrigal se refirió a los sesteos:
“Los boyeros tenían que proveerse de lo suficiente en víveres, agua, comida, dulce, bizcochos, panes y almuerzos preparados para el viaje. Parece que el viaje duraba una semana; era lo que se gastaba”.
Estos sesteos se convirtieron en el lugar de confluencia de experiencias de las travesías realizadas por los boyeros. Ahí intercambiaban saberes sobre la práctica del boyeo y sobre la preparación de los alimentos para estos largos viajes. También eran lugar de descanso para hombres y bueyes, y de diversión entre los viajeros -se contaban chistes, historias, canciones y se tomaban su contrabando-. Los boyeros solían viajar equipados con alimentos tal como lo describió don Ottón Madrigal, para todo el trayecto y en algunas ocasiones llevaban caña para alimentar a sus bueyes. Era muy común que se trasladaran de un sesteo a otro, hasta llegar al Higuito de Desamparados.
Don Camilo describió el itinerario que seguían los boyeros:
“Sesteos había uno en Bajo Tarrazú, en Candelaria, en Corralillo, en Río Conejo y de ahí sí se iban hasta Higuito. Era un galerón, ahí llegaba la gente a dormir; pero no vivía nadie ahí. La gente que iba hacía café ahí. Eso sí, el que iba con bueyes llevaba trastes para hacer café y si se les gastaba la comida había gente que vendía un ‘gallo’. Allá en Corralillo había una señora que se llamaba doña Juana Leiva. Esa señora sí le dio comida a la gente, le vendía y había tal vez gente que pasaba sin plata y ella le regalaba. En ese tiempo había mucha gente ambulante y pasaban ahí a comer”.
Con este itinerario los boyeros debían ingeniárselas para transportar los productos hacia el Valle Central con éxito y regresar cargados de productos como sal, jabón, telas y licor, entre otros.
El sesteo de Corralillo, atendido por doña Juana Leiva, fue uno de los que más fama ganó con el transitar de los boyeros. No obstante, los sesteos en general llamaron la atención de los gobiernos locales, tanto de Tarrazú como de Desamparados. Así consta en el Acta del 10 de marzo de 1928 de la sesión del Consejo Municipal de Tarrazú, en la que se ordenó la inspección y la ampliación del galerón del sesteo ubicado en el río Tarrazú, bajó el argumento del «importantísimo servicio que presta a los transeúntes y el beneficio para el Cantón (Tarrazú) y para el de Dota».
A principios de la década de 1930, la producción del café en la zona de Los Santos aumentó notablemente y, por ende, la necesidad de transportar el grano. Esto era a lo interno de la zona y hacia los puertos para la exportación, ya fuese por el Pacífico, vía Puntarenas, o por el Atlántico, vía el puerto de Limón.
Las revistas del Instituto de Defensa del Café contienen datos sobre los volúmenes de café que se exportaba, procedente de la zona de Los Santos.
Para la cosecha de 1932-1933, sólo don Tobías Umaña (uno de los mayores exportadores) exportó 2.421 sacos de café vía Puntarenas. Es decir, fue necesario que boyeros como Arístides Hidalgo, se encargaran de transportar el café desde Tarrazú hasta Higuito de Desamparados, mediante el cobro de fletes a exportadores como Umaña. No obstante, otros boyeros se dedicaban a producir en sus propias fincas como Enrique Cordero, Quintín Araya y los Gamboas, que fueron boyeros y empleadores.

Don Ottón Madrigal narró una serie de anécdotas de uno de los boyeros más destacados de San Pablo de Tarrazú, don Arístides Hidalgo:
“El destacado boyero Arístides Hidalgo me contaba que una vez venía de allá de San José, de Corralillo para acá, y que ahí en el Alto El Abejonal, por ahí comenzó un buey a quererse meter por los desagües y dice que lo soltó, desyugó la yunta y dice que el buey se metió por el desagüe y cayó muerto”.
“Arístides Hidalgo me contaba que algunas veces, los días de verano que viajaban, se indigestaban los bueyes, ósea, se les endurecía la boñiga y no podían hacer las deposiciones y entonces los boyeros le metían la mano al buey por el recto y le sacaban las pelotas de boñiga”.
El boyeo constituye una de las actividades más importantes en el desarrollo socioeconómico y cultural del país. Su importancia es clara en el transporte a nivel nacional y, en especial, en el proceso de integración interregional, del que fueron actores activos los boyeros de la ruta del Tablazo. A su vez, el boyeo fue una práctica importante socioeconómica y culturalmente para el desarrollo de diferentes comunidades, como en el caso de la zona de Los Santos. Allí, la experiencia de los boyeros fue fundamental para sortear los inconvenientes que se les presentaran en la travesía, y en la conducción y el resguardo de los bueyes.
(*) Historiador graduado de la Universidad Nacional (UNA). Correo electrónico: joseecordero@gmail.com.
Referencias
Entrevista a don Camilo Cordero Araya. Reconocido boyero oriundo de San Pablo de Tarrazú. Marzo, 2015.
Entrevista a don Otaviano Navarro. Agricultor oriundo de San Pablo de Tarrazú. Marzo, 2015.
Entrevista a don Ottón Madrigal. Político oriundo de San Pablo de Tarrazú. Marzo, 2015.
Hall, Carolyn. El café y el desarrollo histórico-geográfico de Costa Rica. San José: Editorial Costa Rica, 1982.
Atlas Cantonal.
Revista del Instituto de Defensa del Café.
Actas Municipales de Tarrazú.
Archivo fotográfico personal de don Camilo Araya.