Había toda una historia para conservar limpias y puras las semillas criollas de maíz, frijol y arroz. Este es el relato de don Jorge Castro y lo que vivió siendo niño en Chambacú, de Monterrey de San Carlos y en Los Chiles.
Jorge Castro (*)
Era tan solo un niño cuando acompañaba a los viejos en la dura tarea de la siembra de semillas, que tenía que ir acorde con la luna y se hacía según su época. Nadie las podía sembrar sin el consentimiento de la sabiduría del más anciano, que era quien alistaba la semillas.
Yo nací en Chambacú, de Monterrey de San Carlos. Esos ranchos donde nosotros vivíamos eran unas casas de suelo de tierra. Me acuerdo que lo que le echaban ahí en el piso era ceniza. Yo aprendí mucho de esos ancianos. Era una época donde ni tan siquiera había bus para entrar a Los Chiles. Cuando eso no habían ni caminos; no entraban ni los carros.
Estas semillas naturales que se sembraban no ocupaban ningún químico ni abonos foliares. Las semillas de frijol maíz y arroz sólo necesitaban del amor y el cuidado de aquellas manos que con gran delicadeza las acariciaban, como dirigiéndolas para que la nueva cosecha fuera abundante y saludable en su alimentación. Sólo se utilizaban las hachas, los machetes y algunas macanas como herramientas para alistar las tierras donde se iban a sembrar. Todo era muy natural.
Una variedad de maíz muy famoso en esos tiempos se llamaba “maisena”. Se desarrollaba sin problemas, junto con las malezas, y tenía una “tuza” muy resistente, la cual lo protegía del abuso de los animales silvestres y del agua. Tenía muy delgado el olote y el grano era largo y delgado.
En los frijoles, la variedad más sembrada era el “turrialba”. Era resistente al clima húmedo y las matas desarrollaban largos bejucos, que se arrollaban en los troncos. Éstos echaban muchas vainicas y daban mucha cosecha. Era muy fácil de distinguirlo entre los frijoles.
Había toda una historia para conservar limpias y puras las semillas de maíz, frijol y arroz. ¿Cómo conservábamos esas semillas? El frijol se aporreaba y se le dejaba la una basurilla que quedaba al desmenuzar la cáscara de la vainica. Quedaba como un aserrín. El frijol se asoleaba con esa basura y se metía en unas canoas de madera que se construían para que se conservara, para que los bichillos no le hicieran daño. No se le metía el gorgojo ni nada. No se usaba absolutamente nada para echarle a la semilla para que se conservara. Tal vez no habían las plagas de ahora; pero ahí pasaba la semilla durante todo el año hasta que venia la siembra.
El arroz se aporreaba en unas “machinas”, en los palos. Para conservar la semilla, se espigueaba el arroz, que muy bien aprendí a espiguear el arroz. Se hacían manubrias, lo que agarraba usted con la mano, se iban acercando una a otra y se amarraban con un bejuco o con una “tuza” del mismo maíz. Y se llevaba a las trojas. Las trojas eran unas casitas de tablilla, tablilla rajada con unos cuchillos y con unas masas o con cuñas y ahí en esas trojas se guindaba ese arroz en manubrios y en veces se hacía una fogatilla por debajo, para darle calor si venía muy mojado para que escurriera más rápido y ahí se conservaba eso. Se dejaba la semilla de esos manubrios y salía muy gruesa la semilla.
El maíz se cosechaba y se separaba el que se iba a usar para hacer tortillas, o para alimentar a los chanchos. Había que tener mucho cuidado cuando uno iba a desgranar ese maíz porque trae como un plastiquito encima y Dios guarde usted usara algo para desgranar esa mazorca. Eso tenía que ser a mano porque ese plastiquito era para que supiera bueno y para que la mata se conservara al crecer, decían los ancianos. En la troja llegaba y se tiraba el maíz en grandes canoas. Del maíz que se iba a agarrar para semilla, se agarraban las mejores mazorcas. A esas se les quitaba un poquito la “tuza” y se hacía como una alforjita y se guindaba en el cucurucho de la troja. También se ponía en las partes de los fogones donde le pegaba el humo, para que el maíz no tuviera ningún enemigo, qué se yo, gorgojos o polilla. Ese maíz se conservaba al humo.
Pasaron los años y todo cambió. Fuimos sometidos a diversos cambios por parte de los gobiernos. Ya nuestras semillas naturales eran una molestia para la industria del comercio. Según ellos no poseían los nutrientes necesarios y no eran aptas para venderlas en los mercados. Llegaron las organizaciones de esos gobiernos, como el CNP (Consejo Nacional de Producción) y nos impusieron diferentes cambios de semillas certificadas de híbridos.
Con el cambio al nuevo milenio, estas semillas o granos afamados fueron una confusión, un acoso y una discriminación a nuestra cultura. Pero sobretodo fueron una falta de respeto para nuestra madre tierra, que por miles de años había alimentado a diferentes generaciones, dándole largas vidas sin enfermedades a los seres humanos.
Estas autoridades y organizaciones poco a poco fueron convenciendo a las nuevas generaciones, hasta que hoy en día todos aquellos alimentos que llegan a nuestras mesas son sembrados sin amor. Son tirados llenos de químicos y hormonas, atraídos por la codicia, el poder y el egoísmo de unos pocos, quienes utilizan grandes tractores que destruyen todo a su paso, acabando con la vida silvestre, contaminando los ríos, el aire y terminando con lo más preciado, que es nuestra madre tierra.
“Si quiere ser un ser humano saludable, siembre su propia semilla”.
(*) Pequeño productor agropecuario y ganadero de Los Chiles, Alajuela. Activista en contra de la expansión piñera.