Angélica Schenerock
Fidel Gómez
Mariana Castillo Rojas*
La crisis ecológica que experimentamos en la actualidad es el resultado de siglos de explotación indiscriminada de los bienes naturales derivada del modelo económico capitalista. Con el afán de encontrar formas más eficientes de generar capital, la naturaleza es saqueada sin consideración alguna sobre las consecuencias que esto conlleva para el ecosistema y la humanidad. La concentración no solo de las riquezas, sino también del poder en manos de grandes compañías les permite controlar los modos de producción y las maneras en la que satisfacemos nuestras necesidades de supervivencia.
A la luz de la historia, la “economía verde” representa un nuevo intento por distorsionar la realidad con el propósito de proteger los intereses económicos y políticos de poderosos capitales en detrimento de la vida del planeta entero. En atención a lo anterior, este ensayo analiza algunas de las consecuencias del engañoso discurso del “capitalismo verde”, evidenciando la lucha de los pueblos latinoamericanos por los territorios, particularmente en relación con su soberanía alimentaria.
La trampa del capitalismo verde
Los modos de subsistencia humana fueron colonizados hace siglos, al igual que las diversas interpretaciones sobre la relación entre ser humano y la naturaleza. El pensamiento antropocéntrico de la modernidad occidental, desde su razón instrumental, fue incapaz de comprender el vínculo intrínseco de todos los seres vivos como parte del ecosistema. Esa visión simplista, sesgada y distorsionada de la realidad no solo ha generado y perpetuado la desigualdad social humana, sino que también ha dado paso a la crisis socioambiental.
Como afirma Lohmann (2012), es imposible “resolver la crisis ambiental del planeta sin modificar el sistema económico actual ni las relaciones globales de poder, económicas y de mercado existentes.” (p. 9). Las soluciones propuestas desde una lógica capitalista siempre resultarán inútiles porque se fundamentan en la instrumentalización de la naturaleza y en la marginación de cualquier otro tipo de relación humana con el medio ambiente que ofrezca alternativas comprometidas con su protección y aprovechamiento responsable. En ese sentido, Llaguno (2012) asegura que “el debate fundamental sigue estando en quienes controlan los medios de producción (tierra, mercado, insumos, etc.) y hacia dónde se dirigen sus ganancias” (párr. 12).
La “economía verde” es una forma de mercantilización de la respuesta al cambio climático, que evidencia como prioridad estratégica el seguir lucrando a expensas de la naturaleza y de las comunidades. Las empresas pretenden “compensar” sus emisiones de CO2 apropiándose de territorios en los países del Sur Global para plantar hectáreas monocultivos para la producción de oxígeno. Esto, además de afectar la diversidad de los ecosistemas, tiene consecuencias devastadoras para quienes dependen de ellos, pues “son tierras fértiles y aptas para obtener una buena producción de madera y –en muchos casos–, son tierras que pertenecen a campesinos o indígenas” (Lohmann, 2012, p. 14). De esta forma, en nombre de las “energías limpias”, se expulsa pueblos enteros de sus territorios y de sus formas de vida, al tiempo que se les obliga a depender de los modos de producción capitalistas. Así los insertan forzosamente en la cadena agroindustrial que convierte a las personas en mano de obra mal remunerada y en consumidoras de productos manufacturados.
Las consecuencias de este oxímoron para la subsistencia humana
La “economía verde” es una contradicción en sí misma, “un nuevo intento de demostrar lo indemostrable” (Lohmann, 2012, p. 9), un pleonasmo de conceptos opuestos que justifica una usurpación criminal, con el fin de acumular poder a través de negocios “sostenibles”, mientras deja una estela de pobreza, alteración de lo natural y destrucción de lo común que incluso acaba con la vida de comunidades enteras. En medio de esta confrontación, encontramos a quienes luchan por defender y proteger los bienes comunes naturales que son cada vez más mercantilizados y que están siendo devastados por el codicioso apetito del capitalismo.
En su devenir como especie, el ser humano fue transformando, paulatinamente, sus relaciones con el ecosistema, pasando de una relación marcada por la observación, cuidado y mutualidad, hacia una relación instrumental. Las estructuras verticales y jerarquizadas de las sociedades primitivas se fueron degenerando en estructuras de poder político y económico que pusieron precio a los bienes comunes a partir del surgimiento del capitalismo y del Estado moderno. A pesar de que aún “hoy en día existen muchos sistemas de propiedad comunal” en Latinoamérica (Caffentzis y Federici, 2015, p. 55), es evidente que frente a la creciente economía extractivista la propiedad comunal de la tierra es cada vez más debilitada. Ejemplos podemos encontrar por toda la geografía regional con un factor idéntico: la usurpación de territorios colectivos, y de su propia cultura, para explotar los bienes comunes.
En medio de esta tragedia etnocida, encontramos la policromía de la “economía verde” en todas sus dimensiones, con aproximadamente el 70% de intervención en las aguas superficiales y subterráneas, la tala de bosques, la usurpación intelectual de medicinas ancestrales —incluso de la cultura, como en el caso de las patentas de tejidos de comunidades de Oaxaca, México por parte de una firma francesa—, o el desplazamiento forzado de comunidades enteras de sus territorios para el desarrollo de megaproyectos extractivistas.
La “acumulación primitiva” (Caffentzis y Federici, 2015, p. 56) no ha pasado de moda y no es tan primitiva como lo planteaba Marx. La privatización de las reservas forestales y de la radiación solar, así como la concesión de aguas en manantiales, ríos y mantos acuíferos, son ejemplos de esa acumulación soberbia.
Vivimos en un mundo en el que todo, desde el agua que bebemos hasta nuestras células o nuestro genoma, tiene un precio y no se escatima ningún esfuerzo con tal de asegurar que las empresas tengan el derecho de cercar los últimos espacios libres en la Tierra, obligándolos a pagar para tener acceso a ellos. (Caffentzis y Federici, 2015, p. 56).
La gran mayoría de proyectos de infraestructura de “energías limpias” son financiados por la banca internacional como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, o el Banco Interamericano de Desarrollo. Estos dineros son desembolsados a los gobiernos y a las empresas que ejecutan los proyectos y, a su vez, con ellos se paga a estructuras criminales, escuadrones de la muerte o grupos paramilitares que amenazan, amedrentan y asesinan a defensores y defensoras de derechos humanos, quienes, en su lucha por los territorios, se oponen al desarrollo de proyectos que causan un fuerte impacto en la vida, usos y costumbres de las comunidades. Ese es el caso de la defensora de derechos humanos y medioambientales Berta Cáceres, líder indígena lenca y cofundadora del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH), asesinada por oponerse a la construcción de la hidroeléctrica Agua Zarca, proyecto de “energía limpia” financiado por el Banco Mundial.
Otro ejemplo fue el asesinato, tortura y desplazamiento forzado, en 1997, de las comunidades afrodescendientes de Jiguamiendó y Curvaradó del Chocó, en la denominada Operación Génesis, efectuada conjuntamente entre miembros del Ejército de Colombia y grupos paramilitares. En el marco de esta operación se usurparon al menos 150 mil hectáreas de tierras colectivas de comunidades afrodescendientes, que fueron utilizadas para la siembra de palma de aceite destinada a la producción de agrocombustible. Estos proyectos fueron financiados por el Estado como una alternativa a los combustibles fósiles.
La defensa del territorio y la soberanía alimentaria: la reivindicación de otras alternativas
Como se mencionó anteriormente, la “economía verde” ha sido presentada como una alternativa a la debacle económica del sistema capitalista, en su fase neoliberal, frente al agotamiento de los bienes naturales y frente a la crisis socioambiental. Sin embargo, parafraseando a Audre Lorde, la crisis ambiental y el problema del hambre en el mundo no pueden ser enfrentados con las mismas herramientas del sistema que la causa.
En este sentido, las luchas impulsadas por los pueblos en defensa del territorio se presentan como procesos organizativos en contra de la economía capitalista moderna. Son luchas que se inscriben en la defensa del territorio desde lo local, donde el territorio solo puede ser comprendido desde una dimensión sociocultural e histórica, además concreta y geográfica. Desde la célebre frase de Chico Mendes “No hay bosque sin los pueblos del bosque”, la defensa del territorio se inscribe en las luchas por la defensa de lo común, “como resistencia a la dicotomía sociedad-naturaleza, a las relaciones de poder y a las instituciones relacionadas a éstas” (Lohmann, 2012, p. 32). Un ejemplo de estas luchas es la Declaración de Xapurí, de 2018, en la cual los pueblos amazónicos del estado de Acre, Brasil, afirman lo siguiente:
En los últimos años, vimos crecer en nuestro medio la criminalización tanto de las prácticas ancestrales de las comunidades locales como de toda forma de resistencia a la apropiación capitalista de la naturaleza. Fieles al legado de luchas de Chico Mendes, denunciamos estos proyectos asesinos y a aquellos que los defienden. Con base en nuestra dolorosa experiencia, afirmamos al mundo que propuestas como “desarrollo sustentable” y “economía verde” no son más que farsa y tragedia (Declaración de Xapuri, 16 de diciembre de 2018).
Del mismo modo, la organización de grupos campesinos en torno a la Soberanía Alimentaria, concepto mucho más amplio que el derecho a la alimentación —ya que aboga por la autonomía de los países frente a las empresas de biotecnología como Bayer-Monsanto, Syngenta, DuPoint y Cargill—, es una lucha en contra del agronegocio que despoja el territorio y no resuelve el problema del hambre: conforme la FAO, en 2019, el hambre azotaba a 26.4% de la población mundial. Desde la lucha por la soberanía alimentaria, los pueblos denuncian las estrategias del capitalismo verde y reivindican sus autonomías locales. En relación con esto, las palabras de Vandana Shiva son fundamentales:
La ilusión de que las corporaciones nos alimentan, a través de químicos y venenos, fue creada por las propias corporaciones que trajeron a la agricultura los químicos que habían usado para la guerra, para matar gente (…).Todos estos químicos son químicos de guerra, pero el “cártel del veneno” (las multinacionales Monsanto, Syngenta, Dow Chemical, Cargill…) expandió la idea de que sin el sistema de alimentación industrial no habría alimentación. Hicieron que todo el mundo creyera que la comida viene de los químicos y las corporaciones” (Martínez, 2018).
El cambio climático ha dejado al desnudo tanto las consecuencias ecológicas de la Revolución Industrial como la insostenibilidad del modelo de producción vigente. Así, las soluciones que propone, desde su lógica instrumental, lejos de resolver el problema, afianzan las relaciones de explotación producto de las dinámicas de control de los grupos dominantes. Estas medidas simplistas formuladas por las potencias neoliberales del mundo evidencian la persistencia del pensamiento colonial occidental que insiste en la imposición ideológica depredadora del capitalismo.
El propósito encubridor de la “economía verde” se vale de las crisis socioambientales, causadas por el mismo sistema, para acumular más poder mientras se justifica en un falso ecologismo. El “capitalismo verde” solo es un sofisma de distracción que encubre procesos de producción energéticos o agroalimentarios igual o más contaminantes. Estos generan impactos irreversibles en los colectivos más vulnerables para quienes esta economía no representa nada más allá que el terror de ser despojados o de morir. En este contexto, las organizaciones por la defensa del territorio y la soberanía alimentaria luchan por lo común y buscan superar la visión moderna occidental de la instrumentalización de la naturaleza y de la dicotomía humano-naturaleza y sociedad-cultura.
*estudiantes de la Maestrías del Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA) de la Universidad Nacional, en el marco del curso Derechos ambientales, naturaleza y lucha por los recursos. Aportes y revisión del profesor MSc.Mauricio Álvarez M.
Bibliografía
Caffentzis, G y Federici, S. (2015). Comunes contra y más allá del capitalismo. El Aplante, Revista de Estudios Comunitarios, 1. 51-72.
Llaguno, J. J. (2017). ¿Tierra de labriegos sencillos? Debates sobre la agricultura en Costa Rica. Recuperado de https://ecologica.jornada.com.mx/2017/12/02/tierra-de-labriegos-sencillos-debates-sobre-la-agricultura-en-costa-rica-9397.html
Lohmann, L. (2012). Economía Verde. En Bonilla, N. y Del Olmo, A. (Eds). Capitalismo Verde. Quito, Ecuador: Estudios Ecologistas del Tercer Mundo.
Martínez López, G. (29 de enero de 2018). Vandana Shiva: “Este sistema ha destruido el 75% del planeta; si sigue nos dejará un planeta muerto”. En Comité para la Abolición de las Deudas Ilegítimas – CADTM, 29 de enero de 2018. https://www.cadtm.org/Vandana-Shiva-Este-sistema-ha
Porto-Gonçalves, C. W. y Hocsman, L. D. (orgs.). (2016). Despojos y resistencias en América Latina/Abya Yala. Buenos Aires: Estudios Sociológicos Editora.
SERVINDI. (2018). Chico Mendes contra las falsas soluciones del capitalismo verde. Recuperado de https://www.servindi.org/actualidad-noticias/22/12/2018/declaracion-abierta-para-la-firma-solidaria