Semillas queer: la lucha contra un monocultivo social

Carolina Arias cuenta una historia de la semilla de zapote, en un trueque de semillas, en octubre de 2017, junto a Vandana Shiva. Foto: Jillian Wolf.

Relato sobre el trabajo que hice viviendo en la Finca Agroecológica La Flor, y sobre cómo mi interés en las semillas surgió de un lugar de resistencia personal a la transnacional Monsanto.

Carolina Arias

Mi historia con las semillas comienza desde muy temprano porque mi papá ha trabajado en Monsanto toda mi vida, vendiendo Round Up en Centroamérica y el Caribe.

La verdad es que yo no tenía idea de lo que era Monsanto, o Round Up, o por qué él tenía que viajar tanto. Simplemente era su trabajo. En mi adolescencia comencé a leer de Monsanto, y a formar mi propio análisis de las transnacionales agroindustriales. Fue un choque muy fuerte para mí, el darme cuenta de qué tan íntima era mi conexión a esta compañía, cuya misión era hacer dependientes amillones de agricultores de sus productos químicos y semillas transgénicas. Mi interés en las semillas surgió, entonces, de un lugar de resistencia personal a Monsanto.

Yo soy una mujer queer/cuir , miembra orgullosa de la comunidad LGBTQI. Mi camino con la semilla ha sido recorrido de forma paralela e interconectado con mi historia personal de vivir en una sociedad machista y heteronormativa. Desde mi punto de vista, no es coincidencia que las fuerzas económicas y políticas intenten controlar la diversidad de la semilla criolla, a la misma vez que intentan controlar los cuerpos feminizados y oprimir a la diversidad de sexualidad y género. El capitalismo exige estandarización, rigidez, y homogeneidad, todo lo cual contradice la bella diversidad de la naturaleza, la que nos ha nutrido por miles de años.

Mi rechazo al heteropatriarcado se nutre de la misma energía que rechaza la propiedad intelectual corporativa de la semilla. Yo guardo semilla para resistir las mismas fuerzas que intentan controlar mi cuerpo y mente. Yo protejo la diversidad de la semilla criolla porque, igual que mi diversidad, es bella e importante.

El trabajo que hice viviendo en la Finca Agro-ecológica La Flor, ubicada en Cartago, viene de un lugar mucho más complejo que la resistencia a las transnacionales.

La semilla es una etapa sagrada en el ciclo de la planta, un lugar donde se guardan muchísimas posibilidades de vida, paciente y calmada pero pulsando con vida. Las semillas nos conectan con nuestras ancestras, que comenzaron a guardar semillas hace miles de años. Son una cadena viva a nuestra antigüedad. Son un recuerdo a nuestra dependencia de las plantas, y a la abundancia que nos ofrecen cuando las cuidamos y las integramos a nuestras vidas.

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