“Chagüites” aún son referente ancestral y cosmogónico de Borucas

Fabiola Pomareda García (*)

El chagüite es una práctica agrícola ancestral en el territorio indígena boruca, que da alimentos a muchas familias. Así lo desarrolla una tesis publicada este año por la estudiante Matilde Ayala Reyes.

Este modo de vida que mantiene vivo el pasado en la alimentación, las costumbres y los bienes naturales, desde la concepción de la búsqueda del equilibrio con la naturaleza y el buen vivir, se señala en el documento “Sistema de siembra tradicional Chagüite: hacia el fortalecimiento y equilibrio del
buen vivir en el territorio Indígena Boruca”.

Su origen

Según la investigación realizada, los primeros recuerdos del sistema de producción conocido como “chagüite”, “chagüa” o “chagüita” vienen de los años 1.800. Se le conocía como «cerca» o “cerco”, por ser un lugar cercano al hogar. Además, por ser algo muy propio, se le ponía nombres; cada chagüite tenía uno propio, asignado por la familia o el padre.

Para la comunidad de Boruca se ha mantenido desde los antepasados. “Si bien actualmente no todos los habitantes cuentan con uno, es una práctica que ha permanecido, pasando de generación a generación. Hay experiencias de chagüites pertenecientes a una misma familia por más de 100 años”, se lee.

Era un espacio donde trabajaban la tierra hombres y mujeres, y sembraban toda clase de verduras y frutales. Se sembraba mucho maíz para hacer atoles y chicha. Sin embargo, el aguacate, el cacao y el pejibaye fueron las primeras plantas usadas por los bruncas, se afirma. Hoy en día el chagüite es un sistema tradicional de cultivo, de productos permanentes y temporales, donde se cosechan principalmente arroz, banano, yuca, frijol, plátanos y frijolillo.

Asimismo, las personas más mayores -entrevistadas por Ayala para su investigación- indicaron que antiguamente el chagüite estaba relacionado con las nacientes de agua. Es decir, en el espacio dedicado a la siembra había una naciente de agua cerca.

Parte de la vida

De acuerdo con Ayala, hay quienes dedican todo el tiempo a su chagüite. “Entre limpia, cosecha y siembra, o el simple gusto de ir al predio transcurren las horas y los días. El chagüite no se le ve como una actividad laboral, sino como algo que es parte de la vida de los Boruca; siempre están listos con botas y machete”.

“Cada familia mantiene su chagüite de acuerdo a sus intereses, necesidades, ingresos y dimensión
territorial; simplemente cada chagüite es único, aún en la similitud de productos que se obtienen
para la alimentación básica”, se explica.

El mantenimiento y resguardo es asumido por el padre o jefe de familia; pero las mujeres juegan un papel elemental en el acompañamiento, apoyo y planeación del chagüite, y en las decisiones de qué cultivos se mantienen, o se “renuevan”, dado que son las que dan continuidad en la elaboración de alimentos, materiales para las artesanías, productos medicinales, o, en el compartir, intercambiar o vender, continúa Ayala. La participación de las mujeres es activa también porque el chagüite posibilita un espacio de liderazgo en la proyección de participación comunitaria.

 

En la figura anterior se presenta, a modo de ejemplo, algunos frutales que se cosechan, y la siembra, preparación y cosecha de arroz y frijol como los principales productos.

Las fechas y ciclos del chagüite se determinan principalmente por los periodos de verano e
invierno. La luna menguante juega un papel importantísimo para la siembra y/o recolecta.

Una fuerte limitación para continuar esta práctica es la falta de tierras o recursos económicos para
mantener los predios, indica Ayala. Es difícil la continuidad en las generaciones más jóvenes, que en algunas ocasiones prefieren optar por un trabajo remunerado o continuar sus estudios.

En general, el chagüite trasciende el factor trabajo o laboral, pues significa un espacio que provee alegría, gusto, salud y calidad en los alimentos.

Las familias entrevistadas expresaron un profundo arraigo, gusto y amor por el chagüite. Un
miembro de la comunidad manifestó: “ Yo llego ahí y me gusta que todo me quede despejado,
veo que quede bonito, me gusta que se vea limpio. Voy un rato, me despejo, regreso a la casa,
descanso un rato, y vuelvo. Era algo que fue de mi mamá. Al faltarme ella, yo sé que es una
tranquilidad porque me recuerda a mi mamá; es como si estuviera ahí con ella; cuando me siento enfermo, allá me curo”.

(*) Periodista. Trabaja en la Asociación Voces Nuestras. Colabora con la Red de Coordinación en Biodiversidad (RCB)

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