Producción agroecológica en la finca cafetalera El Balar

Imágenes de Finca El Balar, en San Marcos de Tarrazú. Fotos: Cortesía

Un día con la Familia Robles Sánchez

Vladimir Kazuomi Yamashita (*)

Calienta el sol la mañana de sábado cuando nos dirigimos hacia el Cerro de La Muerte, con destino a la finca El Balar, en San Marcos de Tarrazú.

Al llegar a El Balar, fuimos recibidos calurosamente por la familia Robles Sánchez: Carlos Robles y doña María Elena Sánchez, siempre sonriente y radiante, y sus hijos Leonardo, Melvin y Elián.
La finca mide 6 hectáreas y en ella se produce café desde hace aproximadamente 50 años. Seis manzanas están dedicadas a café y el resto a caña de azúcar, almácigos de cafetos y caminos.
Inmediatamente fuimos llevados al recién restaurado trapiche de la familia, y presenciamos la preparación del dulce de caña a la vieja usanza: en una paila sobre un horno de ladrillos hierven y liberan dulces vapores unos 200 litros de jugo de caña recién extraído.

Mientras esperábamos que el jugo de caña se redujera para poder presenciar la preparación del “sobado”, la tapa de dulce y la cajeta, recorrimos el beneficio seco en compañía de Melvin, el mayor de los hermanos Robles Sánchez.

Asombrados observamos los equipos de gran tamaño, como la guardiola (tambor rotatorio para secar el café) y las pilas de secado. El equipo se alimenta por hornos que usan la cascarilla del café como combustible y que permiten llevar el pergamino (grano de café con cascarilla) a la humedad necesaria, antes del trillado, cuando se le quita la cascarilla y se prepara finalmente el grano oro para su exportación.

Exportan desde hace 11 años. Actualmente lo envían a Corea del Sur, Noruega, China, Japón, Australia y Nueva Zelanda.

“Era eso o desaparecer”

Hace algunos años era imposible imaginar que una familia de pequeños productores de café tuviera este tipo de equipo para el beneficiado de café, pues solamente grandes cooperativas y empresas exportadoras contaban con el capital y los recursos para procesar el café.

Leonardo nos narró cómo emprendieron este proyecto, adquiriendo préstamos por altos montos para poder equipar el beneficio. La razón por la cual los Robles Sánchez decidieron tomar este paso fue simple: era eso o desaparecer. La situación se hacía más difícil año con año y cosecha con cosecha; muchos factores desfavorables se fueron sumando hasta llegar a un punto insostenible.

Por años se había generado una dependencia del uso de agroquímicos por políticas y recomendaciones técnicas de ingenieros representantes de casas comerciales, que visitaban fincas como la de los Robles Sánchez. Esto causó un empobrecimiento y contaminación de los suelos, erosión y vulnerabilidad de los cafetos a enfermedades.

Por otro lado, la incapacidad de tener instalaciones para el beneficiado no les dejaba más alternativa que vender sus cosechas a cooperativas y exportadores a precios muy bajos, con lo que apenas lograban sufragar los gastos y dejar una ganancia mínima. Y para empeorar las cosas, en algunos casos se les cancelaba el dinero a lo largo del año en pequeños pagos. “La cooperativa nos retenía los pagos, y se pagaban mes a mes en tractos tan bajos como 1.500 colones por quintal de café”, relató Leonardo.
También sufrieron estafas de grandes casas comercializadoras y exportadoras, que tardaban meses -e incluso un año- en pagarles, aún después de entregado el café.

En síntesis, me causó mucho asombro conocer las injusticias del negocio del café, una actividad que lamentablemente está controlada en gran medida por intermediarios y grandes capitales, que lucran a costa del empobrecimiento de los pequeños productores.

Luego de un delicioso almuerzo campesino, con picadillo de arracache incluido, regresamos al trapiche a observar el proceso final. El dulce jugo de caña se había reducido a unas tres cuartas partes de su volumen. Era mucho más espeso en consistencia y ahora los vapores eran todavía más dulces. Cuando ya estaba listo, Elián, el menor de los hermanos, chorreó la miel de caña en el cajón de madera, mientras Leonardo agitó vigorosamente con una paleta para preparar el esperado “sobado”. Nos alegró vivir esta tradición campesina con tan bella y dulce ceremonia. Claro está que ¡obtuvimos nuestra cuota de azúcar de la semana en unos pocos minutos!

En tránsito hacia una producción ecológica de café

Más tarde recorrimos los cafetales de El Balar en compañía de Elián, quien dijo que su pasión era la finca, la siembra del café. Para mí fue inusual observar un cafetal como aquel: muchas matas de banano y árboles de poró sembrados entre los cafetos, balanceando el paisaje. Elián comentó que el objetivo de esa práctica era dotar de materia orgánica al suelo.

“Toda la materia orgánica que cae, con la ayuda de los microorganismos de montaña que aplicamos, nos ayuda a regenerar el suelo”, explicó y agregó: “Ya llevamos tres años de estar aplicando microorganismos de montaña y yo calculo que en unos tres años más ya vamos a tener suelos recuperados”.

Al internarnos entre los cafetos observé la gran cantidad de hojas descomponiéndose y formando un mantillo, suave bajo nuestras pisadas.

“Nosotros por muchos años hicimos caso de las recomendaciones de ingenieros que llegaban y nos ofrecían productos; pero lo que hicimos fue contaminar el suelo con la aplicación del glifosato. Todos lo estábamos usando y nadie entendía lo perjudicial que era”, señaló Elián.

Lamentablemente, el incumplimiento de normas ambientales en la actividad cafetalera continúa siendo un problema hoy en día. El beneficiado húmedo del café, sobre todo a gran escala, genera grandes volúmenes de agua residual, con altísimas cargas contaminantes, las cuales en algunos casos pueden llegar a ser hasta 40 veces más contaminantes que las aguas residuales ordinarias generadas en las casas (aguas negras).

Leonardo nos contó que durante la última cosecha, el mal manejo de la pulpa del café por parte de un beneficio grande de la zona generó una plaga de moscas, que afectó a la población y a quienes crían animales de granja.

En muchos casos, la escala de procesamiento del café es tan grande que darle tratamiento a los residuos generados es casi imposible o implica costos altos, que las cooperativas y empresarios no están dispuestos a pagar. Esto genera graves impactos ambientales en el suelo y en los cuerpos de agua y lamentablemente no existe una fiscalización fuerte por parte del Ministerio de Salud, autoridad competente en el tema de aguas residuales.

En contraste, los cambios hechos en el manejo de la finca El Balar, con miras a una producción agroecológica, son notorios: La siembra de plantas, como maní forrajero y zacate vetiver para controlar la erosión y evitar la pérdida de suelo; la chapia para controlar las malezas; la presencia de otros cultivos como árboles frutales, caña de azúcar y maíz; la irrigación de las aguas mieles en los cafetales; y la aplicación de microorganismos de montaña y fertilización mineral para mantener una buena nutrición del suelo y con ello cafetos sanos y resistentes a enfermedades.

Aunque aún hay productores que no están convencidos de hacer estos cambios en sus fincas, algunos sí se han animado, como don Alfredo Umaña Solís.

Él es amigo de los Robles Sánchez, maneja su finca «El Jardín de Canet» de forma muy similar y procesa su café en su beneficio. El resultado es un excelente café de especialidad, sembrado a 1.900 metros, con un excepcional sabor.

A pesar de las adversidades que aún enfrentan quienes se dedican a la actividad cafetalera, el horizonte se ve promisorio. Según Leonardo, en la zona de Tarrazú hay más de 100 micro beneficios y otras iniciativas como la micro tostadora de Sergio Vargas, también amigo de los Robles Sánchez. Él quiere hacer la diferencia y ofrecer a las y los costarricenses un café de excelencia como el que se exporta, pues cree que no es justo que a las y los ticos se les venda café torrefacto, el cual es una suerte de mezcla de cafés de muy mala calidad (todo lo que sobra del proceso) junto con residuos (cascarillas) y granos como frijol y azúcar, para abaratar los costos.

Finalmente y enhorabuena existe una tendencia a nivel internacional entre compradores y micro tostadores por adquirir café de especialidad y mediante comercio directo, transparente y sin intermediarios abusivos. Esto quiere decir que ahora los compradores visitan el país, conocen al productor y recorren sus fincas y beneficios antes de estrechar las manos y cerrar el trato. Ese fue el caso del japonés Keita Enohara, joven emprendedor y dueño de una cafetería y micro tostadora en la ciudad de Fukuoka, Japón, quien recientemente ofreció a sus clientes con orgullo y satisfacción el café “Los Robles”, de Tarrazú, Costa Rica.

Para más información puede escribir a Leonardo Robles Sánchez, al correo leorobles11@gmail.com o llamar al 8820-4570 o 2546-5400.

(*) Ingeniero ambiental y productor agroecológico.

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